jueves, 4 de noviembre de 2010

Monarquía (1000)

Rey David


Fue un rey israelita, sucesor del rey Saúl y el segundo en reinar el antiguo Reino de Israel, cuya historia se narra en los libros de Samuel el profeta y en los Salmos en el Antiguo Testamento de la Biblia.

Fue padre de uno de los grandes gobernantes de Israel, Salomón.

David pertenecía a la familia de Isaí de la tribu de Judá, era el menor de siete hermanos, y como era costumbre, el menor era el más postergado y se le daban tareas pastoriles.

David nació en 1085 y reinó de 1055 a 1015 a.C.

Segundo rey de Israel. Se menciona unas ochocientas veces en el Antiguo Testamento y sesenta en el Nuevo Testamento. No se sabe con certeza el significado de su nombre.

David estaba descontento con el plan de Dios para su vida, y escribió acerca de esto en sus diarios de oración. Aunque Saúl no se detenía ante nada para matar a David, David nunca aprovechó sus oportunidades de matar a Saúl.

 Los años de David a solas con Dios forjaron su carácter ejemplar y fe inquebrantable. A través de la soledad y las luchas, David aprendió a depender completamente de Dios.

El mayor logro político de David fue, sin duda, la creación de una nación unida y poderosa, de carácter marcadamente teocrático, aunque de corta vida, ya que desapareció poco después de la muerte de su hijo Salomón.

David compuso numerosos cánticos e himnos a Yahvé, llamados salmos, para promover y dar esplendor al culto divino. Dios hizo una promesa trascendental a David, esta promesa trata de la descendencia de David, Jesucristo.

Dios amaba a David, pero este se apartó de Dios enviando a la muerte a uno de sus más fieles generales, para casarse con su mujer Betsabé. David se arrepintió profundamente de su pecado.







    
David y Goliat

había un joven pastor llamado David, y un gigante, Goliat, que creía que con su fuerza podía abusar de todos.

El caso es que este Goliat siempre llevaba puestos casco, coraza, y en una mano tenía el escudo, y en la otra, una espada grande, como él. Y que se había ido a una llanura a decir bravuconerías, y que nadie se le acercaba, y que él se reía con carcajadas como truenos; y que entre una y otra, gritaba:

–¡A ver, a ver quién puede conmigo!

Y no había quien se le acercara. Y el gigantón se reía más alto aún.
Y el caso es que en aquel lugar vivía David, un muchachito alegre, que no hacía maldades. Todo el día lo pasaba cuidando las ovejas de su familia; llevándolas a lugares donde hubiera buena hierba para comer, y al río, donde se quitaban la sed. Si tenía una oveja recién nacida, él la cargaba si la veía cansada, y acariciaba a la madre. Y por las tardecitas, después que el Sol se iba, el pastor jugaba con las ovejas, corriendo tras ellas, que se viraban y daban golpecitos con sus cabezas en las piernas de David.
Y resulta que un día David se enteró de lo que estaba pasando con Goliat. A David no le gustó nada. Y pensó:

“Así que porque es grande anda abusando de todo el mundo... Eso no es justo. Y si nadie se le enfrenta, no nos dejará vivir tranquilos.”
Por eso dijo:

–¡Voy a pelear con el Goliat ese!

Trataron de convencerlo de que si hombres ya hombres, y buenos guerreros, no se atrevían, menos debía atreverse él. –¡Voy a pelear con el Goliat ese! –volvió a decir.
Y allá se fue con su honda y con varias piedras que había recogido en el río. Cuando a Goliat le dijeron que aquel muchachito iba a pelear con él, se rió tan fuerte que sus carcajadas doblaban los árboles altos y levantaban polvareda por todas partes.
Al llegar David, el gigantón seguía riéndose. Pero David no tuvo miedo. Sin decir nada, puso una piedra en su honda, apuntó mejor que nunca y la lanzó. La piedra fue a enterrarse en la frente de Goliat, quien dio unas vueltas sobre si, dejó caer el escudo y la espada, y luego cayó él, muerto.


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